Si en Latinoamérica los golpes de estado son ya sucesos excepcionales, otra realidad prevalece en el continente africano. Y la diferencia entre ambas regiones ha servido de base para explorar el papel que las economías han desempeñado en la evolución del comportamiento de las fuerzas armadas, particularmente los ejércitos.
En diversos foros celebrados a ese respecto ha predominado la percepción de que la diversificación y desarrollo de las actividades económicas, en especial las operadas por el sector privado y llevadas a cabo en las zonas urbanas, han creado condiciones propicias para el fortalecimiento del poder civil. Por su propia conveniencia, dada la importancia de la estabilidad social y la continuidad política, los intereses particulares vinculados con dichas actividades y dependientes de ellas, han utilizado su influencia para reducir la injerencia militar en los gobiernos. Y esa influencia es muy considerable, ya que los empleos, los ingresos, el nivel de vida y demás condiciones económicas son un factor de primer orden para la conformación y orientación de la opinión pública.
De acuerdo con ese criterio, el grado de transformación puede medirse también por la vía del tamaño alcanzado por la clase media. Intrínsecamente conservadora, alérgica a los sobresaltos, temerosa de las arbitrariedades, militante en la defensa de sus prerrogativas y recelosa de los liderazgos mesiánicos, dicha clase es un aliado natural de los procesos democráticos y del objetivo de mantener a los militares activos fuera de la política. Esto así hasta el punto de que las aspiraciones de los propios estamentos sociales enrolados en las fuerzas armadas, se han trasladado desde asumir el poder hacia lograr incorporarse a las clases media y alta. Su modelo no es ya tanto el del comandante que moviliza sus tropas para hacerse cargo del gobierno, sino el del individuo que mejora su posición económica y su estilo de vida.
Ese proceso ha avanzado más en Latinoamérica que en África.