El desplazamiento de personas desde las zonas rurales a las urbanas es, con frecuencia, comparado con la llegada desde el extranjero de inmigrantes impulsados por motivos económicos. Ya que ambos tipos de migración normalmente involucran personas con limitada formación laboral, a diferencia de lo que sucede en los casos de éxodos causados por persecución política o religiosa, el análisis de sus consecuencias tiende a ser dominado por su incidencia sobre la oferta de mano de obra no calificada, siendo una conclusión habitual que ambos tienden a reducir el salario real, comenzando por las ocupaciones menos deseables y extendiéndose posteriormente por toda la escala laboral.
Pero esa aparente similitud de efectos es cuestionada por algunos investigadores. Ellos señalan que aunque los migrantes compartan la característica de ser poco calificados, los migrantes internos incurren en costos personales y familiares sustancialmente menores que los internacionales. Esa diferencia de costos implica que la decisión de migrar desde un país a otro requiere que la diferencia esperada en el ingreso en el nuevo país respecto del vigente en el país de origen, sea significativamente mayor que la diferencia de ingresos entre el campo y la ciudad.
Dicho de otro modo, quienes se van a otro país están por lo regular dispuestos a realizar trabajos por salarios mucho menores que el promedio en el país de destino, mientras que el salario aceptable para los que proceden de otras zonas dentro del mismo país, es más cercano a dicho promedio.
Dado que en condiciones similares de calificación, la posibilidad de conseguir trabajo aumenta a medida que desciende el salario aceptable, para los inmigrantes extranjeros tiende a ser más fácil que para los nacionales internos encontrar ocupaciones a las que están dispuestos a dedicarse. Se observan en varios países emergentes y subdesarrollados, por lo tanto, tasas de desempleo urbano más elevadas para los migrantes internos que para los que han llegado de fuera.