Apropósito de la actitud de los dominicanos respecto de la población haitiana, tanto la residente aquí como la que permanece allá, la mención de la asistencia que nuestro país le ha suministrado ha sido uno de los argumentos más utilizados a fin de demostrar que esa actitud es amistosa, muy en especial, aunque no exclusivamente, en materia de salud y alimentación. Y ha sido reiteradamente presentada como evidencia de nuestra generosidad como nación.

En ese sentido, aparte de considerarla como una muestra fehaciente de solidaridad de nuestra parte, una percepción difundida es que lo sucedido también revela una notable falta de agradecimiento de parte de los beneficiarios de esa ayuda altruista. Dadas esas circunstancias, y tomando en cuenta las carencias y necesidades insatisfechas que nuestra propia población padece, no es extraño que la opinión pública nacional no sea particularmente favorable a la concesión de dicha ayuda, viéndola como un costo que no nos corresponde asumir.

Es importante destacar que, en cuanto a la percepción de ingratitud, encuestas llevadas a cabo indican que es una percepción común en países proveedores de ayuda, al punto de que los gobiernos de esas naciones tienen a veces que defender los programas de asistencia en base a que son convenientes para el interés nacional, en términos de estabilidad social, comercio o influencia geopolítica.

Más aún, estudios acerca de la percepción que tienen los receptores de la ayuda, no detectan la presencia de una gratitud duradera. De hecho, en algunos casos la ayuda es vista como tardía e insuficiente, generando reacciones de animosidad. Y en otros casos, sobre todo cuando el donante es un antiguo poder colonial, se le ve como una restitución incompleta de las riquezas extraídas y los perjuicios causados anteriormente.

De modo que la expectativa de recibir gratitud y buena voluntad suele ser infundada o exagerada, y no debe ser el objetivo fundamental que se persigue con el apoyo otorgado a quienes realmente lo requieren.

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