Al final del 2022, la República Dominicana hizo lo mismo que ha venido haciendo desde hace tiempo. Terminó el año apelando por ayuda. Pero en lugar de solicitarla para ella misma, la solicitó para la vecina Haití.
Es sin duda extraño, y muy excepcional, que en las oportunidades que se le presentan para participar en foros internacionales, un país pobre se abstenga consistentemente de pedir cosas que le beneficien directamente, utilizando en cambio la ocasión para provecho de otro país. Implícitamente, nuestro comportamiento significa que hemos hecho un cálculo de las alternativas posibles, y llegado a la conclusión de que el beneficio que obtendríamos con la ayuda a Haití, sería mayor que el que conseguiríamos pidiendo algo para nosotros. Los países a los que en esos foros solicitamos el apoyo, también deben haber hecho sus cálculos. Y a juzgar por la poca receptividad que los reclamos dominicanos han recibido, parece ser que llegaron a la conclusión de que no les conviene acceder a ellos.
La posición dominicana es que dado el deterioro institucional en Haití, se requiere más que aportes de alimentos, medicinas y otros bienes de primera necesidad. Del contenido de nuestros discursos y declaraciones se deriva que nada fuera de una intervención militar que restaure el orden puede funcionar. Y precisamente, intervenir militarmente es lo que países como Francia y los EE.UU., vinculados por razones históricas o de área de influencia a Haití, están más renuentes a hacer.
Pesa en esa falta de disposición el hecho de que el Congreso haitiano no está de acuerdo con que fuerzas extranjeras lleguen a Haití, teniendo en cuenta la poca efectividad de la intervención anterior, así como de intervenciones de las Naciones Unidas en otros lugares, para aportar soluciones duraderas a los problemas nacionales. Y, en realidad, si la intervención no fuese seguida por reformas esenciales al sistema económico y político, el resultado probablemente sería el mismo de antes.