Sólo San Mateo los mencionó en su evangelio, pero han formado parte durante decenios de las tradiciones dominicanas. Los reyes magos, cuyo día es el 6 de enero de cada año, han ido siendo relegados a un lugar secundario, o terciario, en los hábitos de las nuevas generaciones. Es posible que ese proceso haya sido inevitable. Después de todo, se podría decir que nada podría haber impedido el declive de los reyes, si la Navidad misma ha venido perdiendo su significado, convirtiéndose en una ocasión de compras financiadas con bonificaciones, doble sueldos y tarjetas de crédito. Ya que las transacciones comerciales dominan el panorama navideño, pudo haber sido lógico anticipar que la imagen e importancia del Día de Reyes declinaría, en vista de que su celebración se distinguía por los obsequios a los niños, y ahora esos regalos los trae Santa Claus en diciembre siguiendo la costumbre prevaleciente en los EE.UU. Contribuyó además a la caída su conversión en una festividad móvil, trasladable a discreción a fin de evitar los “puentes”, lo que fue un reconocimiento implícito de su condición inferior en comparación con otras festividades religiosas, cuyos días permanecen invariables.
El ocaso de los reyes revela también una relación entre economía y tradición. No es difícil constatar que el declive ha sido más acentuado en los segmentos sociales de ingresos altos y medios. Los de menores ingresos se han mantenido más fieles a la tradición, quizás por su menor exposición a la influencia foránea y al impacto de los anuncios, programas de cable, páginas web y campañas publicitarias. En ese sentido, la expansión de los centros comerciales y de las cadenas de tiendas, a expensas de los pequeños establecimientos familiares, ha facilitado la difusión de las costumbres importadas.
Pero parece que el día 6 de enero conserva algo de su anterior relevancia. Todavía se le usa para posponer compromisos de trabajo, relegándolos hasta “para después de reyes”.