A la juventud dominicana puede parecerle que el internet ha estado ahí desde siempre. Tan acostumbrada está a entrar en la web, ver fotos y videos en línea y expresar sus opiniones en las redes sociales, que la vida sin esas posibilidades le luce difícil de entender. Y esa percepción se acentuará a medida que nos alejamos más de la época en que para comunicarnos teníamos que llamar por teléfono, utilizábamos cámaras con rollos de película y buscábamos datos hojeando manuales y enciclopedias. Pero no es la primera vez que eso ocurre. A nosotros, los ya no tan jóvenes, también nos pareció incomprensible que antes no hubiera automóviles, que los viajes tomaran días por barco, que no se contara con la radio y el cine, o que no tuviéramos neveras y bombillos eléctricos.
Esos avances, sin embargo, no sucedieron espontáneamente. Fueron, por lo regular, el resultado de progresos científicos aplicados luego por individuos y empresas como innovaciones en forma de productos vendibles. Y se observa una tendencia clara en el sentido de que esos avances se han ido haciendo más dependientes de las inversiones en investigación. La porción que corresponde a descubrimientos fortuitos por parte de personas aisladas es cada vez menor.
De gran relevancia, en estos momentos de intensa competencia tecnológica internacional, es si el objetivo de evitar que empresas como Google tengan una posición dominante en su sector, no interferirá con el avance técnico. El transistor, las células fotovoltaicas y los principios de la revolución digital, por ejemplo, surgieron de los trabajos llevados a cabo por los Laboratorios Bell, afectados posteriormente por la división del sistema telefónico estadounidense. Llama la atención que mientras en los EE.UU. y Europa occidental se establecen límites al tamaño y expansión de las corporaciones, en el plan quinquenal de China, aprobado en noviembre del 2020, se dispone fomentar la fusión de empresas en sectores de vanguardia.