Al llegar al final del año 2022, en los reportes analíticos acerca del comportamiento económico resalta la presencia de un gran factor perjudicial. Luego de sufrir los graves daños que la pandemia infligió a las actividades productivas, era de suponer que el descenso en el número y letalidad de los contagios traería consigo una clara recuperación. Liberadas de las garras del virus, las economías retomarían la senda del crecimiento, dejando atrás a la pandemia como si hubiese sido un mal recuerdo. Pero entonces ocurrió lo inesperado. El presidente ruso decidió invadir a su vecina Ucrania, cuya independencia considera que nunca debió acontecer, y las perspectivas económicas se oscurecieron dramáticamente.
Sin duda así fue, siendo sus efectos evidentes en términos de las alzas de precios. Hay que reconocer, no obstante, que el ansiado retorno a la normalidad implicaba también el regreso de los problemas y debilidades que aquejaban a las economías desde antes de la pandemia. Lo que vemos ahora, por lo tanto, es que la inflación, provocada no sólo por la guerra sino por el exceso de emisiones monetarias, se mezcló con las características generadoras de vulnerabilidades económicas. Dado que esas vulnerabilidades no habían sido corregidas, no debe sorprender que sus consecuencias hayan vuelto a ser parte de los rasgos económicos dominantes.
Ciertamente, la economía dominicana ha sido menos golpeada por la pandemia y la guerra que otras de la región. Algunos sectores se desenvuelven como si nada malo hubiera pasado, y los hay que están hasta mejor que antes. De hecho, las debilidades que figuran de forma más destacada en las evaluaciones de los analistas, son las mismas que previamente existían, entre ellas la deuda pública, el déficit fiscal, el desbalance comercial externo y las pérdidas de las distribuidoras de electricidad.
Podría decirse en ese sentido que en los asuntos económicos los problemas de fondo poseen una nociva capacidad de persistencia.