La extraordinaria recuperación de los países perdedores en la Segunda Guerra Mundial, tuvo mucho que ver con la disciplina de trabajo de sus ciudadanos, así como con la cuantiosa ayuda económica recibida de los EE.UU., que les vio como un valladar contra la amenaza representada por la Unión Soviética y China. En poco tiempo, Alemania, en Europa, y Japón, en el Lejano Oriente, se convirtieron en los líderes económicos de sus respectivas regiones.
Pero además de los factores mencionados, y otros de tipo cultural e institucional, los historiadores destacan el papel que en la recuperación jugó el hecho de que a esos países se les impidió recrear su aparato bélico anterior, a fin de evitar el retorno a sus comportamientos agresivos. El ahorro de recursos derivado de ese impedimento les permitió incrementar sus inversiones productivas, transformándolos en eficientes potencias industriales.
Los economistas están conscientes de las implicaciones perjudiciales de los gastos militares sobre la capacidad de inversión, especialmente cuando se trata de países pobres con un limitado margen de ahorro. Señalan casos de naciones del tercer mundo que han dilapidado sus ingresos minerales y forestales, por causa de erogaciones en proyectos estrafalarios y en compras de armamentos, muchos de estos últimos pronto reducidos a chatarra por incompetencia operativa y falta de mantenimiento.
Hay casos, no obstante, en que un país debe destinar fondos a compras militares para protegerse de un peligro externo. Es en extremo lamentable que eso ocurra, pues esos fondos podrían ser utilizados para necesarias obras de infraestructura económica y social, pero si la integridad nacional está en juego, es posible que no haya otra opción más que actuar según lo que sea preciso hacer.
Frente a la paulatina desintegración de la estructura política de Haití, y el consiguiente auge de la criminalidad, nuestro país se ve obligado a reforzar su defensa militar, a expensas de otros fines también prioritarios.