Con la mayor parte de sus socios comerciales, la República Dominicana presenta déficits en su intercambio de bienes, los que logramos compensar gracias a la fortaleza del turismo, las remesas y las inversiones extranjeras. Tener un superávit comercial con los EE.UU, Colombia, Japón, China, Centroamérica, Taiwán, Alemania, la India y otros muchos lugares, es un sueño que no hemos podido convertir en realidad.
Pero hay una notoria excepción en ese desalentador panorama. Podemos congratularnos de que con nuestro vecino occidental mostramos un vigoroso excedente de lo que le vendemos sobre lo que le compramos.
Los haitianos requieren alimentos, enseres domésticos, materiales, combustibles y demás bienes básicos. Y los comerciantes e industriales dominicanos han estado más que dispuestos a suministrarlos. Evidentemente, no todo el valor vendido representa un excedente comercial neto, pues, en mayor o menor proporción, una parte de ese valor corresponde a componentes que hemos importado. Eso significa que el aporte real del intercambio con Haití a la balanza comercial de nuestro país, es menor que el que pudiera deducirse de las cifras brutas totales. Aun así, es indudable que juega un papel muy significativo para nuestras actividades económicas, especialmente aquellas cuyos productos están directamente involucrados en el intercambio.
Es inevitable, por lo tanto, que la crisis haitiana influya y tenga importantes consecuencias respecto de la economía dominicana. El resultado será una disminución de nuestras perspectivas de crecimiento, cuya magnitud estará vinculada con la duración de la crisis. Desde ese punto de vista, la normalización de la situación y el retorno a la estabilidad, empleando los medios que sean necesarios, son vitales para los suplidores dominicanos que dependen del mercado haitiano para colocar una porción de su producción. Algo diferente, por supuesto, pueden pensar los intereses haitianos recelosos del comercio con nuestro país.